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Me moriré

7/25/2017

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​Me moriré. Y no habré hecho nada importante. Nada remarcable. Nada que se recuerde. Y la verdad. Me importará una mierda. Al menos, eso espero.

Porque lo único que me importa es, que cuando ellos miren las imágenes y las palabras que he ido construyendo desde que estaban en mi barriga, sonrían. Que recuerden cada uno de esos momentos. Y que sean conscientes de que fueron niños salvajes. Con los pantalones rotos. Las manos sucias. El pelo alborotado. Y el alma libre.

Espero que esa sea, su herencia más preciada. El mejor regalo que reciban jamás. Un montón de vida atrapada en mis fotografías. Un montón de vida atrapada en mis palabras. Su vida. Nuestra vida. Llena de momentos sencillos e imperfectos. Pero nuestra, al fin y al cabo. Distinta. Especial. Única. Espero que así sea.

​Foto & Texto: Belén de Benito (17)

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Sonoras aventuras

7/18/2017

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​Hoy estaba en la playa. Uno de esos días en los que estoy sola con mi madre. Esos días en los que el silencio y la calma imperan. Soledad buscada sin conversaciones forzadas. Porque una no sólo puede estar en silencio con una madre sin buscar conversación. Es que si se pone pesada, puedes perfectamente decir: “Mamá calla”. Lo mismo que hace ella conmigocuando empiezo a contar una historia muy larga y me voy por las ramas: “Abrevia hija, abrevia”. Y nos quedamos tan anchas. La confianza da asco. Sí.

Mis hijos se habían ido con su padre un rato. A tomar viento fresco. Sin más. Que de vez en cuando les viene muy bien. Y a mí, ni te cuento. Así que ahí estaba yo dormitando sobre la arena cuando llegaron. Y no sé ni cómo les oí. Porque aunque eran dos niños, y tenían tres y cuatro años, no se les oía. No se les veía. No se movían. Y lo más impresionante, hablaban bajito.Muy bajito.

“¿Vamos a jugar juntos a las pocitas con los cangrejitos, sí, vienes hermano?”, dijo la de cuatro al de tres, con un tono tan dulce y hechizante,que hasta me visualicé levantando la mano y gritando como Dorothy en El Mago de Oz: “¡Yo voy contigo a las pocitas a por cangrejitos, llévame, llévame!”. Ella sola se levantó, dobló su toalla, recogió sus cosas con sus manitas rechonchas, agarró el cubo, y le dijo a su madre “¿Ya te has refrescado mamita, ya estás mejor? Me voy a coger bichitos y luego los liberaré, para que no mueran. De la que voy tiraré estas cosas a la basura, porque no son orgánicas”. Así de un tirón. Mi madre y yo nos miramos. Llenas de admiración. Asombradas. Descolocadas. Estupefactas.

Recordé entonces cuando llevaba a mi hijo pequeño a la guardería. Tenía 18 meses. No gateaba aún. Pero se inventó su propia forma de ir de un sitio a otro. Tenía dos métodos. Como un herido de guerra arrastrando las piernas. Estremecedor. Y rodando como una croqueta. Siempre ha sido un tipo creativo y con cierta gracia natural. Él, llegar, llegaba. Y sin ayuda. Esa era la cuestión.

Un día vino una niña nueva. Tenía 11 meses. Yo estaba dejando a mi albóndiga en el suelo. La niña entró andando por su propio pie. Con paso firme. Sin tambaleos. Me fijé en que no llevaba pañal. Se sentó en el orinal. Y se produjo el milagro. Hizo caca. Yo estaba delante. Mi hijo se acercaba hacia ella con su mejor estilo de rebozado croquetil. Atraido por ese bebé andante. Mi cara debió ser tal poema que la psicopedagoga del centro me llevó a su despacho, se sentó conmigo y me dijo: “Belén, los niños tienen que ser niños. Y todo tiene su proceso normal. Estos avances forzados no llevan a ningún sitio. Esta niña ahora utiliza un orinal porque sus padres han querido. Pero ella aún no está preparada. Cuando tenga más edad, probablemente, sufrirá un retroceso, y volverá a necesitar pañal. No falla”.Y no falló. Y así pasó. Todo. La niña volvió a ser niña con su pañal. Y mi ‘arrastrador’, un buen día, cuando quiso, gateó, se incorporó, y empezó a andar.

Así que, hoy, en la playa, después del asombro inicial, me ha venido otro pensamiento. Claro y conciso. Tristeza. Enorme y alargada tristeza. Y mientras observaba a esos pequeños precipitados adultos, he añorado a mis niños. Con sus idas y venidas. Sus juegos locos. Sus lógicas aplastantes. Sus peleas de la época de las cavernas. Sus rebozados en la arena. Y he mirado a mi madre. Y no he podido remediar decir: “Con lo bonito que es ser niño, qué pena que estos dos se lo pierdan”. La niñez está para disfrutarla sin tantas ataduras. Ya tendrán tiempo de ponerse la estrangulante pajarita de la edad adulta. Y me he vuelto a tumbar. Acunada por el silencio de los dos ‘No-niños’. Añorando las sonoras aventuras cansinas de los míos.

Texto & Foto: Belén de Benito (17)

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No dejes de mirar

7/11/2017

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Las tienes delante. Frente a ti. Las puedes tocar con la mano. Y no las ves.Todas esas piezas que componen tu vida. Tu rutina. Tu familia. Las vistas desde tu ventana. Los abrazos de tus hijos. Refugiarte en el cuello de la persona que amas. El camino que recorres cada día al salir de tu casa. Ese vecino amable que te da los buenos días. Escuchar la voz de tu madre.Pequeños momentos, tan comunes, que se hacen imperceptibles. Predecibles. Pero están ahí. Frente a ti. No dejes de apreciarlos.

Las prisas nunca fueron buenas compañeras de viaje. Las prisas arrasan con todo. Y traen los ruidos. La dejadez. La ceguera. Los berrinches. Las tonterías. Esas que se levantan como un muro de transparente cristal. Y te desvían de tu camino. Y puede ser, puede ser, que acabes enfocando mal tus perspectivas. Tus fines. Y te empeñes mal. Te empeñas mal. Y es entonces cuando empiezas a protestar por todo. Te cansas de todo. Y anhelas otras cosas. Otros momentos. Otros lugares. Y te pierdes. Te pierdes. Porque tú eres el único dueño de la llave correcta. Esa llave. La llave. Aquella que abre la puerta adecuada. Aquella que te abre a ti. Aquella que abre tus ojos. Tus sentidos. El sentido.

Acuérdate siempre de esa llave. No la olvides. Y no pierdas el tiempo. Con planteamientos incorrectos. Con pensamientos inconexos. Con momentos que no tenían que haber sido. Y no te desvíes de tu camino. No lo hagas. Céntrate en lo verdaderamente importante. En ellos. En ti. En mirarte al espejo. Mirarte de verdad. Y recordar aquello, que verdaderamente importaba, importa, e importará. Y valóralo. Cuídalo. Mímalo. Quiérelo. Esos pequeños momentos imperceptibles. Predecibles. Están ahí. Frente a ti. Mira, coño, mira. No dejes de mirar.

​Foto & Texto: Belén de Benito (17)

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Me gustaría

7/4/2017

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Me gustaría. Me gustaría contarte algún cuento bonito. De esos que abundan por las redes sociales. Que todo me gusta. Que nada me ofende. Que siempre sonrío. Que nunca dudo. Que me miro en el espejo y me gusto. Que me siento plenamente feliz. Me gustaría. Pero no puedo hacerlo. No quiero hacerlo. No voy a hacerlo. Porque te estaría mintiendo.

Soy una persona peculiar. Normal a ratos. Rara con frecuencia. Sociable. Insociable. Según tenga el día. Me gusta estar acompañada. Más aún la soledad buscada. El ruido y el silencio. A partes iguales. Me gusta el azúcar. Demasiado. Las gominolas blanditas y picantes. La Coca-Cola. La leche condensada. Si es en tubo, mejor. El tomate frito casero. La tortilla de mi madre. Sus croquetas. Su ensaladilla. Abrazarla. Peinarla. Besar a mi padre en la calva. Mirar sus manos de pianista. Desordenar para luego ordenar. Bailar como una loca cuando estoy sola en casa. El antebrazo de mi marido. Sus ojos grises. Abrazar a mis hijos cuando están dormidos. Sentir su respiración. Pensar que crecen demasiado rápido. Recordar cuando estaban en mi barriga.

Me gusta pisar la arena descalza. El agua fría del Cantábrico. El mármol. El granito. Los collares de piedras. El tintineo que hacen las pulseras grandes al andar. Sonido que me lleva a mi infancia. Directa a los abrazos de mi madre. Me gustan las pompas. Las fotos extrañas. Preguntarme por qué yo soy yo. Si lo que veo es lo mismo que ves tú. Pensar que las casualidades no existen. Que probablemente nuestro destino ya está escrito. O no. Quién coño lo sabe. Que los ‘dejá-vú’ no son más que saltos en el tiempo. Tiempo presente, pasado, o futuro. Ni idea. ¿Lo sabes tú?. Pues yo tampoco. Ycuando entro en bucle con pensamientos demasiado profundos, espachurro el tubo de leche condensada y me lo acabo. Y todo, absolutamente todo, me parece maravilloso. Me gustaría. Me gustaría contarte algún cuento bonito. Después de la leche condensada, hablamos.

​ Foto & Texto: Belén de Benito (17)

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