Mi padre me llevaba siempre al colegio. Me dejaba en la misma puerta donde estaban todos mis compañeros. No tenía porque hacerlo, pero lo hacía. Cuando cumplí 13 años decidí que eso no "molaba" nada. Me daba hasta verguenza. Con mi mentalidad hormonada razoné, curiosamente, que lo bueno era llegar andando. Cosas incomprensibles de esas edades. No busquemos razones. No las hay. Asñi que, con la chulería típica de esa edad, preparé una historia para conseguir ir en coche, que era lo cómodo, pero no parecer que llegaba en coche. Será fácil, pensé. “Papá, mira, que no te quiero hacer entrar en el cole, que hay siempre mucho atasco, mira, déjame ahí arriba, en la esquina de la calle, ¿vale?” . Mi padre me miró y sonrió sin enseñar los dientes. Y zanjó mi pregunta con un escueto “Vale, lo que tú quieras cariño”. Jaque mate, pensé. Al día siguiente le estaba esperando a la salida del garaje para que me llevara. Vi salir una furgoneta destartalada azul añil, con un enorme rótulo amarillo que rezaba “Papel Higiénico”. Era mi padre. Esta vez sonreía enseñando todos y cada uno de sus dientes. Bajó la ventanilla y dijo: “Tengo el coche arreglando, ¡pero mira qué suerte que me han dejado "ésto" para llevarte!”. Estaba claro que estaba disfrutando. Abrí la puerta y no tenía asiento. Era una furgoneta de carga. “Siéntate como puedas, encima de los cartones, que el suelo mancha, cariño”. Me quedé en cuclillas para no mancharme. Desde la ventanilla parecería que iba sentada, pensé. Antes de arrancar, durante el trayecto, y cuando estábamos llegando, repetí compulsivamente: “Recuerda dejarme en la esquina, que hay atasco”. Él no hablaba, seguía sonriendo, con sus dientes reluciendo como nunca. Y en ese momento lo supe, supe que me no dejaría en la esquina, supe que no tenía el coche arreglando, y supe también, que esa cochambrosa furgoneta había sido seleccionada escrupulosamente. Y que esa sonrisa hablaba sin abrir la boca. Así que me dejó en la misma puerta del cole, y se bajó con su impecable traje para abrirme la chirriante puerta, porque yo era incapaz de hacerlo. Mi cuerpo en cuclillas quedó entonces visible justo bajo ese horrible rezo de “Papel Higiénico”. Todos me miraron. Él saludó a toda la gente allí reunida con un “¡Hola Chicos!” bien alto, por si no nos hubieran visto todavía. Todos le saludaron. Inconcebiblemente uno se acercó para decirme: “Cómo mola tu padre”. Mientras subía la escalera oí tu despedida a claxonazos “pipiripipipiiipiiiiiiii”. Miré y te vi saludando por la ventana con la mano, sonriendo ampliamente. Ahora sí, pringada, ahora sí. Jaque mate. Y todos los complejos se me quitaron de golpe. Gracias padre, por enseñarme tanto. Foto & Texto: Belén de Benito (17)
1 Comment
javier de benito
3/5/2014 06:45:49 am
¡Legue el ultimo pero entre en la META!. Belén, me encanta lo que haces, como lo haces y como lo sabes COMUNICAR.
Reply
Leave a Reply. |
AuthorBelén de Benito Archives
April 2018
|